martes, 12 de noviembre de 2013

II parte: Suya, Cuerpo y Alma por BlogEntendemos

SUYA EN CUERPO Y ALMA

SUYA CUERPO Y ALMA


II Parte del relato concursante en #BukusCE Suya en cuerpo y alma.




        Comenzó a acariciarme la cara con sus dedos de pianista, hasta llegar a mis labios. Su dedo índice se entretuvo en mis labios, que los recibieron entre abiertos. “Tienes unos labios increíbles”, me susurró con su acento francés mientras me introducía el dedo en la boca.
        No sabía muy bien que quería que hiciera… Si lo tenía que lamer, si lo tenía que morder… Estaba nerviosa. Ella, sobre mí, aun vestida se movía morbosamente de arriba abajo, frotándose contra mi cuerpo desnudo, mientras me clavaba la mirada más sexy y desafiante que podía haber imaginado.
        “¿Estás nerviosa, ma petite américain?” Me volvió a susurrar… Algo dentro de mí se encendió, como si le hubieran dado al botón de “ON”. Comencé a chuparle el dedo con todo el erotismo que supe a la vez que le agarré fuerte el culo. Ella gimió, aunque creo que fue por la sorpresa. “¿Qué me vas a hacer, Emma?... “Me dijo tentándome, lamiendo cada una de las palabras como hacia un rato había hecho con mis pezones…
        ¡No sé qué le iba a hacer! No había pensado en nada… Simplemente me estaba dejando llevar por la situación. No tenía un plan de ataque y nunca había pensado en cómo sería hacerlo con una chica. Pero era tan sensual tenerla sobre mí, su dedo dentro de mi boca, enredando con mi lengua, sus piernas, su cuerpo, la costura de su vaquero moviéndose sobre mí hábilmente, rozándose con mi sexo… Era tan erótico. Clavó de nuevo su mirada en mí y alzó su boca casi hasta la mía. Mi boca la esperaba ya ansiosa de sentirla de nuevo, pero tuvo que esperar un poco más, porque se detuvo en mi barbilla. Comenzó a besarla y a chuparla, aunque también se le escapó un pequeño mordisco, “me encanta tu barbilla, me encanta este hoyuelo que tienes justo aquí…” y metió la lengua dentro del hoyuelo consiguiendo que gimiera.
        Bajó su mano, la que tenía en mi boca y con el dedo empapado por mi saliva comenzó a tocarme el pecho y humedecerme el pezón. Noté su dedo húmedo y frío y mi pezón también y así se lo hizo saber, endureciéndose enseguida.
        Volvía a estar húmeda, volvía a estar cachonda, volvía a tener ganas de sentirla y mi sexo también. Mi cuerpo comenzó a moverse rítmicamente, como el suyo, acompasándose el uno con el otro. Notaba a la perfección la costura de su pantalón en mi entrepierna. Ella lo sabía y por eso apretaba su muslo más fuerte, para que lo sintiera mejor.
        Comenzamos a besarnos con ímpetu, con pasión. Nuestras dos bocas, abiertas, dejaban salir a unas lenguas ávidas de deseo. Le apreté fuerte del culo y pude notar sobre mí, como sus pezones se ponían erectos, traspasando incluso su camiseta y clavándose en mi pecho.
        Una oleada de calor descendió desde mi boca hasta mi entrepierna al notar sus pezones duros y saber que algo de culpa tenía yo. “Te sobra toda esta tela…” Le dije agarrando su camiseta… “Noto que tienes calor… ¿O no mi pequeña francesita?”. Escupí las palabras como si no fuera yo quien las decía. Me puse nerviosa tras terminar la última sílaba y me mordí el labio. “¿Qué hago? ¿Por qué le he dicho eso?” Ella que siempre iba un paso por delante de mí notó mi preocupación y mi nerviosismo. Se acercó y me besó, pero no como los anteriores besos, sino con ternura. “¿Estás bien…?” Me preguntó en una especie de susurro. Solo pude asentir. “¿Quieres que lo dejemos…?” Me volvió a preguntar.
        “No, no quiero que lo dejes. No sé qué es lo que estás haciendo conmigo, pero me encanta. Me encanta lo que estoy sintiendo, me encanta lo que estoy descubriendo, me encanta lo que me haces… “Pensé para mí, pero no se lo dije. Le devolví el beso. “Al final te tendré que quitar yo la ropa…” Flexionó las piernas hasta la altura de mi cintura y se incorporó. Sus pezones estaban duros y traspasaban la camiseta sin ningún problema. Alcé mi mano hacia ellos y se los toqué por encima de la camiseta. “¿No llevas…?” Y comenzó a reírse. Normal que se lo notarán tan bien. Me incorporé agarrándole la espalda para que no se fuera hacia atrás y le ayudé a quitarse la camiseta. Sus pechos grandes y respingones recibieron a mi lengua con ganas. Nunca había chupado una teta, no sabía que tenía que hacer. Me la introduje en la boca y comencé a lamerla dentro de mí. Era una sensación extraña, pero me gustaba. Creo que a ella también disfrutaba, porque no paraba de moverse sobre mí, rozándome nuevamente en mi sexo.
        Levanté la cabeza hacia ella y la besé en los labios. “Ahora, a por los vaqueros…” Ella asintió.
        Ahora era yo la que estaba sobre ella, controlando los movimientos. Sus piernas abiertas, sus pechos al aire y su boca colorada de tanto beso y de tanto mordisco, me tenía desatada.
        Le desabroché el botón y le bajé la cremallera… “¿Ahora me guiarás?” Le pregunté mientras ella alzaba el culo para poder ir bajándole los pantalones. “Es fácil…Tú sabrás hacerlo sola…”
        Llevaba una braguita de encaje negra y gris que junto a su piel tostada le quedaban de miedo, daba lástima quitárselas. Estaba realmente sexy con esas bragas y sin nada que cubriese sus pechos, salvo mis manos, que parecía que no podía estar sin ellos.
        Tímidamente comencé a tocarle por encima de la ropa interior, como una adolescente que aún no se atreve a desnudar a su amante. Me tumbé sobre ella y nos besamos. Su boca me recibió ansiosa, esperándome. Nos besamos y le metí la lengua hasta el fondo, ella comenzó a lamerme mi lengua dentro de su boca… Era erótico, era sensual y mi humedad fue creciendo… Mis dedos acariciaban su sexo por encima del encaje. Notaba su humedad, sus caderas se movían buscando el contacto con mis dedos. Me incorporé y le despojé de lo último que cubría su cuerpo. Ella lo recibió de buen agrado. Me cogió mi mano y se la llevó hasta su sexo. “Gracias…” Pensé. “Te voy a guiar, para que me conozcas, pero en breve te dejaré que lo hagas tu sola. Solo tienes que seguir mis jadeos, mis gritos, mi respiración…”
        Jugueteó con mis dedos en sus manos y los llevo hasta su sexo. Primero por la cara interna de los muslos, suave, como si fueran cosquillas. Después al otro muslo, suave, cosquillas… Nosotras seguíamos besándonos, buscándonos en la boca de la otra. Ahora un poco por encima del sexo, sin llegar a tocar apenas…” Ahora iremos bajando y me acariciarás la rajita, suave, muy suave y muy lento. No hay prisa… No hay prisa, cariño”. Repetimos la operación, acariciando lento, suave, sintiendo cada caricia como si fuera yo misma la que lo recibía. Me estaba excitando cada vez más, era sensual, muy sensual…
        “Ahora… Ya estoy preparada…” Guió mis dedos hasta su clítoris. Estaba empapada. Mis dedos se deslizaban por su entrepierna con una magia y una gracia difícil de describir. Le gustaba que le acariciara a lo largo de su sexo, eso me decía su respiración y sus gemidos. Así que mis dedos inseguros e inexpertos seguían el ritmo que marcaba su respiración, acariciando de arriba abajo. Su respiración comenzó a acelerarse y sus besos también se aceleraron, mordiéndome el labio, la lengua y lo que pillara cerca de su boca. Los movimientos pélvicos perdieron el ritmo y sus uñas se clavaron en mi espalda cuando alcanzó el clímax.
        Soltó varios gemidos y alguna que otra palabra en francés que no llegué a comprender. Nos quedamos las dos boca arriba, desnudas y en el suelo.
   _ ¿A qué hora decías que era la inauguración?._ Pregunté mientras le guiñaba el ojo.



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Este relato está fuera del concurso #BukusCE

viernes, 1 de noviembre de 2013

I parte: Suya, Cuerpo y Alma por BlogEntendemos

SUYA EN CUERPO Y ALMA, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE

SUYA CUERPO Y ALMA




Relato continuación de la novela Suya en cuerpo y alma Escena en la que Elizabeth sale de un taxi y se encuentra con Emma que entra en el portal. Le pide ayuda con unos cuadros que tiene que dejar en casa de Charles, así que Emma le ayuda y entran en su casa para dejarlos. Elizabeth propone tomar un café y lo prepara. Este es el momento en el que comienza mi historia, tras preparar café.


        Nos sentamos en el sofá, en el mismo en el que días atrás me había tomado el famoso Château d'Yquem. Elizabeth me sirvió el café y se sentó a mi lado, casi rozándonos.
   -Elizabeth, entonces… – Llámame Beth- ¿También te dedicas al mundo del arte?
   -Sí, ese es mi mundo. Así conocí a Charles y ya sabes, nos hicimos amigos, congeniamos bien.
        Había juzgado mal a Beth. El día que la vi en el ascensor pensé mil cosas distintas de ella, ahora se, que no acerté con ninguna. Era de las personas más naturales que había conocido, comenzamos a hablar cómo si nos conociéramos de toda la vida, sin medir las palabras. Me contó que su marido había muerto hacía 4 años en un accidente de tráfico y que lo había pasado muy mal, le había costado mucho superar la pérdida le grand amour de sa vie. Yo le conté que mi madre había muerto en mi parto y que siempre soñé con poder verle la cara, no en fotos, sino yo misma, clavar mis ojos en los suyos y sentir su calor, aunque fuera una vez. Me puso la mano en la rodilla, bordeándola con sus suaves dedos que simulaban los de una pianista.
   -Tiene que ser duro – Asentí – Pero tú eres fuerte y aprenderás a vivir con ello, ya lo verás Emma.
   –Me apretó la rodilla y se puso de pie- ¿Más café?
        No me dio tiempo ni a responderle, giró sobre sus tacones y se dirigió a la cocina. Sirvió más café y volvió sonriendo. “El mundo se ve diferente con una taza de café entre las manos ¿Verdad?” Y rio. Tenía una risa sonora y como diría mi amiga Maron, risa de velcro, porque engancha.
   -¿Y no te has vuelto a enamorar, Beth? – Me oí que preguntaba, lamentándolo enseguida- Eh… Lo siento, no es de mi incumbencia, lo siento.
   -No, tranquila, es una pregunta como otra cualquiera, no importa. Mira, la verdad es que no, nunca más. Yo ya conocí al gran amor de mi vida, no creo que encuentre otro. Ahora no busco amor, busco compañía, busco amistad, busco pasar buenos ratos, salir a bailar o a brindar con tazas de café, lo que surja y lo que me apetezca en ese momento, sin remordimientos… Alcé mi taza de café “¿Por qué brindamos?” y ella, chocando su taza de porcelana con la mía, añadió “A veces con brindar, sobra, no hacen falta motivos…”
   -Y qué hay de ti ¿hay alguien importante en tu vida? – Noté como me subían los colores. Me aclaré la garganta-
   -No, rotundamente no. – Su expresión de sorpresa me descolocó - ¿Te sorprende? –Le pregunté-
   -Pues la verdad es que sí, ¿qué pasa que allí en Michigan los chicos no tienen ojos en la cara? – “¿Cómo?...” Pregunté- Sí, no deben de tener ojos, porque no me explico que una chica como tú, no esté con nadie. No lo entiendo. –Volví a ruborizarme-
        La verdad que mi vida amorosa era… Inexistente, sí, esa es la palabra. Nunca me había gustado nadie, nunca había sentido una ligera atracción por nadie, nunca había tenido novio y solo me habían besado una vez. Mi amigo David y yo hicimos un pacto, deberíamos de hacer el amor antes de acabar el instituto. Y así lo hicimos, aunque fue un desastre. Lo intentamos dos veces y salió mal. Esa es toda mi experiencia con el amor, con chicos y con el sexo… Ninguna.
   -¡Si soy un desastre Beth! –Exclamé, señalándole mis converse y mi sudadera- ¡Mírame!
   -Si ya lo hago, ya lo hago… Te sienta bien. Ya tendrás tiempo de ponerte un traje de falda y de chaqueta, no quieras correr tanto, que la vida no tiene prisa…
        Me emborraché de sus ojos marrones, marrones color whisky. Me emborraché o al menos eso sentía. El calor se apoderó de mí. Ella seguía a mi lado, demasiado cerca para sentir también su calor, aunque demasiado lejos para sentir la textura de su piel. ¿Qué me estaba pasando?, ¿Qué estaba sintiendo?, ¿Qué era todo esto…?
        Ella debió de notar que me había perdido en su parpadeo, en su mirada y en su fugaz, aunque contundente, roce con las rodillas. Me puso la mano en el hombro “Mañana hay una inauguración en mi galería, podrías pasarte ¿Te apetece?...” Claro que me apetecía, pero no podía presentarme con unas converse y un vaquero. Ella leyó mi preocupación en mis ojos… “Tranquila, eso tiene arreglo. Pásate por mi casa y buscamos un vestido ¿Te parece?”.
        Regresé a mi habitación desconcertada. No entendía que es lo que allí había pasado. Es cierto, es guapísima, eso era obvio, pero nunca una chica había causado nada parecido en mí, aunque bueno, ahora que lo pienso, tampoco ningún chico. Era la primera vez que sentía algo parecido a “ganas”. Sí, parecían ganas. Ganas de estar con ella, de que no se acabaran las palabras, de que volviera a tocarme la rodilla o el hombro, a sentirla más cerca…. ¿Pero qué narices estoy diciendo…? ¡Si es una chica, Emma! ¡Una chica! Así pasé la noche, pensando en ella, en vez de contar ovejas, contaba las veces que había sonreído o que me había mirado…
        Oí un ruido que provenía de la puerta. Me incorporé de la cama y cuando mis pupilas se ajustaron a la oscuridad que reinaba en la habitación pude ver cómo la puerta comenzaba a abrirse y una sombra entraba en mi habitación. Mi respiración comenzó a acelerarse, la sombra se aproximó a mi cama y pude ver la bonita cara de Beth que me susurró: “Emma… Emma…” Sonó el despertador y me desperté sobresaltada… ¡Dios mío, vaya sueño! Tenía que hablar con Maron ya mismo.
        Le había escrito un mensaje diciendo que la esperaba en la cafetería de la universidad. Necesitaba un café con ella. Cuando abrí la puerta ya estaba esperándome. Me sonrío, como siempre. Le resumí todo lo acontecido anoche. “¿Y…?” Me preguntó… “Pues que es una chica Maron, una chica, como tú y como yo…”
        Tuvimos una conversación de lo más filosófica y de lo más profunda. Hablamos sobre los valores, sobre la sociedad, sobre el poder de lo que uno quiere, que es el más fuerte de todos. No entendía que era lo que sentía, pero sentía algo. Me tranquilizó, me aseguró que no pasaba nada si sentía o dejaba de sentir, que ella me seguiría queriendo, pero que tenía que encontrarme para aceptarme. Pasé todo el día deseando que llegara la hora de ir a su casa. Estaba segura de que la respuesta a lo que sentía y quería, estaba en sus ojos aunque me daba miedo que la respuesta fuese un sí rotundo, pero es tan duro luchar contracorriente, contra lo que una quiere… Cogí el autobús y me dirigí a la dirección que me había facilitado, vivía en la Rue de Constantine, frente a los jardines. Buena zona, sin duda. El recorrido se me hizo demasiado corto, a pesar de la distancia. Abandoné el autobús y sentí que también dejaba parte de la antigua Emma en él.
        Me abrió la puerta ataviada con un vaquero y una camiseta negra. Estaba guapa. Nos saludamos con dos besos y me hizo pasar, “cómo en tu casa”. Me dirigió por un pasillo adornado con muchísimas fotografías hasta un salón grande, acogedor. Tomé asiento en un sofá de cuero, frente a la chimenea de piedra. En seguida me ofreció una copa de… ¿Vino? Pregunté, “Sí –Respondió ella- Aunque no es un Château d'Yquem
   –Ambas reímos y a continuación brindamos – Hoy sí, por nosotras, Emma, por ti y por mí. La copa se disipó a la vez que mis nervios, enseguida. Beth rellenó la copa y comenzó a tentarme con su mirada, mientras se mordía el labio caprichosamente. El vino calmó mis nervios, sí, pero me aceleró el pulso, la respiración e incluso mi termómetro interno, ¿o fue ella…? No sé.
        Nos bebimos la segunda copa entre risas y coqueteo, mucho coqueteo. Yo que no sabía coquetear, ahí estaba, tonteando abiertamente, sin vergüenza. Se levantó y me tendió la mano, “Ven, acompáñame, hay que elegir el vestido”.
Tenía un vestidor más grande que mi habitación de servicio. Había una zona de vestidos, otra de zapatos, de bolsos… Era increíble lo que había allí dentro.
Me decanté por un vestido largo color “azul noche” que conjuntaba con mis ojos, según ella. Me ayudó a ponérmelo y me subió la cremallera que se encontraba en la espalda. Me giró y me agarró por la cintura, “estás genial, Emma”. Me soltó el pelo que llevaba recogido en una coleta, me acarició la cara con sus dedos de pianista y añadió “Te haré un moño, te ondularé algunos mechones y te los soltaré. Con la cara tan bonita que tienes, es mejor que la lleves despejada, que se vea.” Me sonrojé. Se dio media vuelta y puso música. Comenzó a sonar una melodía que incitaba a bailar, Beth se aproximó y me tendió la mano “¿Bailamos?”. Con Marvin Gaye incitándome, le así la mano y se la apreté. Me aproximó a su cuerpo y me apretó contra ella. Distinguía las costuras de su vaquero contra mis muslos, estábamos juntas, muy juntas. Me agarró por la cintura con ambas manos y deslizó las mías por su cuello. Aproximó su boca a mi oreja y me susurró “me encantas y lo sabes ¿verdad?” Noté como mis piernas me temblaron cuando tras el susurro a traición, bajó su mano y me apretó fuerte el culo. Levanté enseguida la cabeza para mirarla, “no va a pasar nada que tu no quieras, Emma. Cuando no quieras seguir, me lo dices” y me metió la lengua hasta el fondo de la boca. Comenzamos a besarnos, nuestras lenguas se buscaban y se perseguían y mis manos querían conocerla y perderse por sus curvas. En un hábil movimiento, me hizo girar, dándole la espalda. Me bajó la cremallera del vestido y lo deslizó por mis hombros, cayendo este a mis pies. Fue entonces cuando comencé a sentir lo excitada que estaba. Ella seguía detrás de mí, besándome el cuello mientras susurraba las cosas que me iba a hacer. Yo era consciente ya de mi propia humedad, aunque creo que ella también. Pasó su mano por mi cintura y comenzó a trepar hasta llegar a mi pecho. Introdujo sus hábiles dedos por debajo del aro y abordaron mis pezones, que no tardaron en ponerse duros como piedras. Sus labios recorriendo mi espalda desnuda, su mano en mi pecho y yo ardiendo, ese era el panorama.
        Me guio hasta la pared y me dio la vuelta. Volvió a besarme, con ganas, con deseo. Me recorrió todo el cuerpo con su lengua. Primero bajó por mis pechos y jugó con mi pezón en su boca, con su lengua, mordiéndolo, lamiéndolo, poniéndolo duro para después, tiernamente, besarlo. Su lengua siguió el rastro de mi calor. Se deslizó por mi barriga, sin parar un segundo de lamerme y llegó hasta la costura de mis bragas, que estaban empapadas. Comenzó a besarme por encima de ellas, ahora ella también era consciente de mi humedad. Se me escapó un gemido que hizo que ella mirase hacia arriba, clavase sus ojos en mí y subiera a besarme a la vez que sus largos y finos dedos se colaban dentro de mis bragas, “Estás empapada, cariño… Y me eso me vuelve loca…” dijo susurrando. Volví a gemir, sus susurros, su acento francés, sus manos en mi sexo… Volvió a bajar y me quitó las bragas, sin preámbulos. Me abrió un poco las piernas y allí, de pie, contra la pared, su lengua se hizo dueña de mi sexo. Comenzó a lamerme y a aumentar mis gemidos y mi calor. Sabía lo que hacía. Sus manos alzadas hacia arriba, me acariciaban los pechos y su lengua hacía círculos alrededor de mi clítoris. No había conocido ninguna sensación cómo esa. El calor se hizo dueño de mí y de mi sexo. Me temblaban las piernas y la voz. Me corrí en su boca. Alcancé el clímax sin aviso y con una gran sacudida de espasmos y de gemidos. Exhausta, me agaché a su lado, la besé en la boca y nos dejamos caer al suelo. Aún entre jadeos le pregunté “¿Y ahora qué…?” Ella se tumbó encima de mí y me respondió mientras me robaba un beso “Ahora me toca a mí, ¿no te parece?”


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jueves, 31 de octubre de 2013

El Legado del Sofer por Vivian Stusser

EL LEGADO DEL SOFER (LA IDENTIDAD DE DIOS), CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE
La escena pertenece al libro El legado del Sofer, de Álvaro Díaz. Después de la cena, el día que el protagonista acompañado de Lídice y su padre visitaron la aldea medieval, la chica se retira pronto a elaborar su propuesta, y este relato cuenta una historia que podría haber sucedido luego que todos se retiraron a descansar.



SIN VUELTA ATRÁS




        Esa noche yo también me apresuré a retirarme a mi habitación. Ansiaba estar solo para poder regodearme en las sensaciones que había acumulado en todo un día interactuando con Lídice. Cierto que la mayor parte del tiempo había estado su padre presente, pero eso no había impedido que entre los dos se estableciera una corriente de complicidad que para mí había significado una promesa invaluable. Miradas, sonrisas, incluso algún que otro roce como al descuido, me habían convencido de que yo no estaba solo en mi pretensión de llegar a algo más con aquella linda chica de ojos grises y largos cabellos dorados, que estaba irrumpiendo en mi vida sin que yo hiciera absolutamente nada por evitarlo, más bien todo lo contrario.
        Qué tan rápido pudieran suceder las cosas, no era algo que me preocupara. Con la sociedad que habíamos sellado ese día, al menos verbalmente, íbamos a encontrarnos muchas veces más e incluso tendríamos el pretexto y la oportunidad de pasar mucho tiempo a solas. Todo sucedería a su tiempo, no pensaba apresurar nada, por mucho que mi piel se erizara al más mínimo roce de su mano y que se me hiciera un vacío en el estómago cada vez que ella clavaba en los míos sus ojos llenos vagas promesas de algo más.
        Sumido estaba en estos pensamientos, mientras me disponía a tomar un baño. Ya me había desnudado, cuando sentí un toque en la puerta. Convencido de que se trataba del mayordomo, me puse una toalla alrededor de la cintura y abrí la puerta. Cuál no sería mi sorpresa cuando encontré en el umbral a esos mismos ojos en cuyo recuerdo momentos antes me regodeaba, ahora con una expresión de genuina sorpresa en ellos.    -Disculpa, dame un momento para vestirme –balbuceé, turbado, al tiempo que notaba cómo las grises pupilas, ya superada la sorpresa, se movían discretamente por mi torso desnudo, detallándolo, lo que me provocó a mi pesar una fuerte excitación.
   -Claro –repuso ella, mirándome otra vez a los ojos y sonriendo ampliamente. Cerré la puerta y me apresuré a ponerme un albornoz. Tuve que esperar unos segundos a que la erección cediera y entonces abrí la puerta y le indiqué que pasara. Ella echó un curioso vistazo a la habitación y luego me miró fijamente.
   -Perdona que te moleste a estas horas. Es que estoy demasiado emocionada y como terminé pronto la propuesta, se me ocurrió que no era tan tarde para mostrártela. Lamento haber sido… inoportuna.    -No lo fuiste, solo iba a tomar un baño antes de dormir, pero puede esperar. Siéntate, ponte cómoda.
        Nos sentamos uno junto al otro en el sofá y ella me extendió los papeles. Mientras los leía, era plenamente consciente de su cercanía, podía sentir el suave olor de sus cabellos y escuchar su respiración, que me pareció algo agitada. Una gran confusión me invadía. ¿Lo de los papeles sería cierto, o nada más una excusa para volver a verme? Y en ese último caso, ¿solo pretendería disfrutar inocentemente de un rato más de mi compañía o estaría buscando que las cosas fueran a más esa misma noche? No podía concentrarme en lo que leía, así que miré el monto, que me pareció razonable y cuando alcé la vista hacia ella para decírselo, me encontré con que me estaba observando fijamente. Vistos de tan cerca, sus ojos resultaban hipnóticos y la belleza de su rostro, perturbadora. Noté entonces que se había colocado una flor tras la oreja. Una violeta. ¿Tendría alguna significación ese detalle, o sería simple coquetería femenina? No fui capaz de emitir un sonido y me quedé allí, prendido sin remedio del embrujo de aquella mirada. Lídice notó mi turbación y sonrió, relajando un tanto la situación, pero igual ninguno de los dos se atrevió a pronunciar palabra.
        Yo no era ningún novato en lances amorosos y lo que tenía que hacer seguidamente era obvio, de modo que lo hice. Alcé una mano y tomando su barbilla suavemente, la atraje hacia mi rostro. Ella no se resistió y cuando nuestros labios se rozaron, comprendí que deseaba tanto o más que yo aquel contacto. Nuestras bocas se fundieron en un beso que fue muy suave, muy húmedo y brevemente intenso. Nos apartamos y volvimos a mirarnos a los ojos. El néctar de sus labios ya me había embriagado y quería ir a por más. Sus ojos parecían gritar lo mismo, de modo que la rodeé por los hombros y la besé con fuerza, esta vez dejando salir toda la pasión contenida.
        Nuestras lenguas se entrelazaron y lucharon suavemente, primero tímidas, luego francamente agresivas. En el arrebato pasional busqué tumbarla en el sofá y ella no se resistió, pero cuando me coloqué encima, y dejé reposar mi cuerpo en el suyo, todo ello sin haber despegado los labios, sentí que el contacto con mi erección la ponía repentinamente tensa.
De inmediato me separé y la miré, interrogativo:
   -¿Voy demasiado rápido? No quería… Ella, de repente, se veía avergonzada. Se incorporó y se alejó un poco de mí.
   -Perdona, Álvaro, yo… Cuando vine estaba convencida de que nos besaríamos y lo deseaba con todo mi corazón. Ha sido maravilloso, pero yo… yo prefiero que no sigamos adelante. No hoy, no aquí…
Yo le sonreí. Ella se relajó y la preocupación en su mirada se tornó en curiosidad.
   -Este beso ha sido más de lo que me hubiera permitido soñar –aseguré-. Me doy por satisfecho. Por hoy, claro…
La curiosidad en su mirada se convirtió en promesa. Asintió enfáticamente.
   -Seguro. Ahora que has tenido la osadía de besarme, no te dejaré escapar tan fácilmente –afirmó, con una mirada traviesa.
   -Ni yo quiero escaparme a ningún lugar, como no sea a aquella aldea medieval y siempre acompañado de una bella restauradora.
Lídice sacudió la cabeza.
   -Dios, casi me olvido de a lo que vine. Entonces, ¿qué te pareció la propuesta? La miré, abrumado.
   -No tengo idea, apenas pude prestarle atención, teniéndote tan cerca. ¿Me la dejas hasta mañana?    -Por supuesto, tómate el tiempo que quieras –se puso de pie-. Y ahora me voy, antes de que alguien note mi excursión y mi reputación se vea comprometida.
        Ese último comentario lo acompañó de un guiño pícaro. Caminó hacia la puerta y yo fui tras ella. Aún mantenía una persistente erección, que abombaba obscenamente el albornoz a la altura de mi pubis, pero ya no me importaba demasiado que se notara. Mis cartas estaban descubiertas. Lídice se volvió antes de abrir la puerta y al percatarse de ella, se ruborizó levemente. El candor le sentaba maravillosamente y no pude evitar abrazarla y volver a oprimir sus labios con los míos. Ella, sorpresivamente, me correspondió apretándose a mi cuerpo, ya sin que aquella dureza pareciera afectarla. De hecho me pareció que hasta se frotaba contra mi pubis, buscando exacerbar mi excitación.
        Y lo logró, sin dudas. La pasión se desbordó de mi cuerpo y sin poder reprimirme, dejé que mis manos, que rodeaban su cintura, se deslizaran ávidas por sus caderas y alcanzaran sus nalgas, aferrándolas para hacerla pegarse más aún a mí. Mientras lo hacía, temía que ella de golpe reaccionara y otra vez se apartara, pero estaba tan excitada como yo y no solo no se resistió, sino que colgándose de mi cuello, rodeó mis caderas con su piernas, dejando que su sexo entrara en contacto con el mío, ya completamente fuera del albornoz, a través de la tela de sus vaqueros. Esa acción la hizo elevarse y sus labios se despegaron de mi boca, pero de inmediato unos botones desabrochados al vuelo develaron un hermoso sostén de encaje blanco del que unos senos redondos y no demasiado abundantes, pero increíblemente tentadores, parecían querer salirse. Sin pensarlo hundí mis labios entre ellos, mientras mis manos en su espalda buscaban con desesperación el cierre para soltarlo. En ese momento, un olor a violeta me llegó a la nariz y alcancé a ver cómo la flor detrás de su oreja se desprendía y lentamente se deslizaba hacia el suelo.
        Cuando abrí los ojos, ya era de día. Estaba tendido en el sofá, con el mismo albornoz medio abierto y una agradable sensación de placidez en el cuerpo. A mi mente acudieron de inmediato las escenas de la noche anterior y antes de que lograra experimentar la felicidad que evocaban, una duda se cruzó por mi cabeza. ¿Había sucedido todo eso realmente o solo lo había soñado? Confuso, me puse de pie y caminé por la habitación, buscando alguna pista de su presencia. Sobre la mesa estaban los papeles del proyecto de la aldea medieval. O sea, que ella sí había estado en mi habitación, eso estaba claro. Y lo más probable era que el beso en el sofá también hubiera ocurrido. Pero… ¿y lo demás?
        Me tranquilicé a mí mismo y decidí darme un baño y bajar cuanto antes a ver si podía encontrarme con Lídice a solas antes que todos llegaran. Confiaba en que sus ojos me lo dijeran todo, si acaso ya antes mi mente no había logrado clasificar los recuerdos entre reales o productos de mi febril ensoñación. Igual, pensé mientras el agua tibia corría por mi cuerpo, lo ocurrido acababa de marcar un hito en mi vida. Ya el beso en sí había sido suficientemente explícito, tanto por lo que me reveló de sus sentimientos hacia mí, como de lo que yo mismo experimenté al besarla. Estaba profundamente enamorado de esa chica y mi corazón comprendía que ya no había vuelta atrás.
        Una vez vestido, me encaminé a la puerta y fue entonces que la vi. Allí estaba, en el suelo, aquella violeta, ya marchita, como mudo testigo de lo que realmente había sucedido.
Este relato ha sido escrito por Vivian Stusser

Si quieres leer más sobre está obra:
El Legado del Sofer (La Identidad de Dios)
Si deseas conocer a la escritora de este relato, visita su blog en:
Erotismo en Palabras

Suya, Cuerpo y Alma porEncarni Arcoya

SUYA EN CUERPO Y ALMA, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE
Relato continuación de la novela Suya en cuerpo y alma Escena al final del primer libro, cuando ella cae rendida en la cama después del encuentro y sexo con Charles.


        Emma suspiró removiéndose en la cama mientras se dejaba llevar por esa placentera sensación que tenía en esos momentos creciendo entre sus piernas. Sus caderas se movían con vida propia mientras unos gemidos se escapaban de sus labios, clara evidencia de lo que sentía.
        Abrió la boca cuando una exclamación la obligó a ello cogiendo aire. ¿Qué le pasaba, ¿porqué estaba en tal estado de excitación cuando, no hacía mucho, acababa de vivir una escena increíble con el Señor de la casa, Charles?
        Trató de abrir los ojos luchando contra el sueño y la pesadez que los mantenía cerrados y movió sus manos para alcanzar algo pero, cuando éstas rozaron algo suave y espeso, se saltó un latido, una respiración, incorporándose un poco. Junto a ella, o mejor dicho, entre sus piernas, con su rostro enterrado en su feminidad, Charles parecía estar degustándola. Cruzó una mirada con él quien frunció el ceño empujándola con su brazo para que volviera a tumbarse mientras la mordía en el clítoris, no con demasiada presión, pero sí la suficiente para que siseara ante la opresión del mismo.
        Notó la mano de él haciendo camino por su cuerpo hasta llegar al pecho izquierdo donde, con las yemas de los dedos, fue acariciándola al tiempo que la lengua se afanaba por beber los jugos que habían empezado a aflorar de su interior.
        Emma no pudo más que echar la cabeza hacia atrás arrugando las sábanas con sus manos dejando que él se encargara de darle placer, de sus caderas elevarse sobre el colchón para que la lengua de Charles pudiera penetrarla con más profundidad y rozarla allá donde todavía no lo había hecho, si seguía así, pronto acabaría teniendo un orgasmo que la dejaría inerte ante semejante habilidad oral.
        Los dedos de Charles cogieron el pezón de ella y apretaron empujando hacia arriba para que Emma tuviera que arquear la espalda siguiendo el movimiento que él hacía lo cual la dejaba más indefensa para su propio placer.
        Supo cuándo Charles había abandonado su coño en el momento en que el aire fresco la rozó haciendo que todo su cuerpo se estremeciera por el deseo que había provocado él en unos simples minutos. Fue trepando hacia arriba dejando varios besos por el camino, en su ombligo, en el centro de sus pechos, en el cuello y, finalmente, en sus propios labios, algo que había ansiado desde el momento en que habían mantenido relaciones en el ascensor.
        Su beso... Podía haber pensado en él e imaginado mil y una situaciones y posibilidades diferentes pero jamás se le hubiera ocurrido que sería así. Un beso cálido con su propio sabor, pues todavía tenía restos de sus jugos en ella, mezclándose en ese momento con sus bocas, con esa lengua juguetona que ahora la incitaba para que saliera de su cueva a jugar con un lobo feroz. No había habido preámbulos ni comenzado suavemente, algo que acababa de aprender.
        Charles era un hombre que tomaba las cosas que quería cuando quería. Y en ese momento parecía devorarla, sus cuerpos pegados el uno al otro, las manos entrelazadas levantándoselas a Emma por encima de la cabeza, quemándose al unísono.
        Sujetada por una sola mano de él, la otra comenzó a vagar presionando más aún su cuerpo y dejándola percibir la dureza con que su pene se erguía sobre su vientre y estaba listo para la acción. Podía darse cuenta del calor que emanaba y la humedad que se filtraba. Su mano prosiguió hasta llegar a las caderas y, de ahí, la instó a abrir más su piernas forzándola con sus pies a mantener esa postura abierta mientras se ayudaba para llevar la punta de su pene a la entrada de su vagina. Levantó la mirada para conectar los ojos cuando embistió con fuerza provocando que ella gritara y echara la cabeza hacia atrás.
   – Mírame... - Susurró deteniéndose de golpe, todos los nervios a flor de piel, su vagina palpitando en el interior notando el pene erecto. - Pararé cuando no lo hagas.
        Como si de una advertencia se tratara, Emma sabía que era capaz de hacer eso, como ya había ocurrido en el ascensor. Volvió a mirarlo cuando empezó a empujar de nuevo. Salir y entrar; entrar y salir. Enlazados por abajo y por arriba, sin apartar la mirada ninguno de los dos mientras la presión entre sus piernas era mayor, más cálida, ardiente, pasional. Iba cambiando el ritmo, la forma de penetrarla, conduciéndola sin remedio a un remolino de orgasmos que amenazaba con engullirlos a los dos.
        De vez en cuando Emma no podía evitar cerrar los ojos, abriéndolos con rapidez al notar que él bajaba la intensidad, pendiente de su rostro, seductor y enigmático al mismo tiempo, con una sonrisa en sus labios que hubiera querido borrarle a besos. Unos besos que pronto se hicieron realidad cuando se inclinó sobre ella, aumentando el ritmo, para tragarse el grito con el que ella lo deleitó en el momento en que apretó con fuerza su miembro y se dejó llevar por su orgasmo, pronto seguido por el de él.
        Su respiración entrecortada apenas le dejaba ser consciente de nada más. Solo sabía que su cuerpo había explotado en un delicioso clímax dejándola sumida en la ensoñación. Parpadeó varias veces para ver a través de la oscuridad que se cernía en su habitación. Palpó con las manos su cama en busca de la otra persona pero no había nadie. Vacío. Solitario.
        Se incorporó de golpe notando en su cuerpo los espasmos de un orgasmo pero, también, que tenía la ropa puesta. ¿Acaso lo que acababa de vivir había sido un sueño?
        El ruido cerca de su puerta la alertó y vio la sombra de alguien alejándose de su puerta... ¿O tal vez no?


Si quieres leer más sobre está obra: Suya, cuerpo y alma - Volumen 1
Este relato ha sido escrito por Encarni Arcoya
Síguela en su web: encarniarcoya.com

La mortal amada: Vampiros de Scanguards por Encarni Arcoya,

La mortal amada de Samsom: Vampiros de Scanguards, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE
La escena pertenece al libro La mortal amada de Samsom: Vampiros de Scanguards. Escena cuando los amigos de Samsom, después del cumpleaños, junto con la stripper, se van y Amaury invita a la stripper a irse con él.



La mortal amada de Samsom: Vampiros de Scanguards




        Ya en la calle, la mano de Amaury no se amedrentó tocando a la stripper el trasero a la vez que la cogía de la cintura para empujarla hacia él a fin de que sintiera lo que, en unos minutos, si no tardaban mucho en llegar a su apartamento, iba a estar enterrado en ella.
   – Amaury, ¿te importa si me uno a la fiesta? - Preguntó Ricky. Thomas y Milo estaban más apartados.
   – ¿Y tu chica?
   – A ella no le importará. - Contestó guiñándole a la mujer. - Sabía que podía ocurrir, por eso escogió a su amiga. - Amaury los miró y supuso que ellos dos ya se habrían “entendido” alguna otra vez.
   – Nosotros nos vamos. - Intervino Thomas, su brazo rodeando posesivamente a Milo quien los miró asintiendo a modo de despedidas, un hombre de pocas palabras.
   – ¿Quién se carga de hablar mañana con Samsom? - Inquirió Amaury.
   – ¿Qué quieres? ¿Aguarnos la noche? - Lo acusó Ricky.
   – No, en realidad quiero saber cuál de nosotros estará lo bastante cuerdo como para lidiar mañana con ese mastodonte que acabamos de dejar. Porque conmigo no contéis. - Y al tiempo que decía esto sus labios se enterraron con fiereza en los de la stripper que continuaba en sus brazos, ahora incapaz de moverse o articular palabra mientras él estaba siendo rudo al besarla. Cuando apartó sus labios un leve resplandor de sangre hizo que Ricky tuviera que tragar con dificultad ante el olor de la sangre.
   – Yo me encargaré. - Propuso Thomas. - Vosotros estaréis demasiado borrachos por la juerga que os vais a montar. - Vaticinó éste.
   – Sabía que podía contar contigo, hermano. - Agradeció Amaury. Thomas levantó una ceja dándose cuenta de lo que acababa de hacerle. Había caído en su trampa sin quererlo. Suspiró derrotado e instó a su compañero a moverse hacia la oscuridad de la calle. Cuando los perdieron de vista, tanto Amaury como Ricky se volvieron a la chica con unas sonrisas que no transmitían nada bueno. - Empieza la diversión, pequeña vampiresa.
        Apenas habían tardado diez minutos en llegar cuando, en la misma puerta del apartamento, Amaury no se había podido resistir a volver a probar esos pechos que se veían tan apetitosos conforme andaban hacia su casa, contoneándose, elevándose y cayendo paso a paso, un tormento tal que lo había puesto duro como una roca y preparado para una noche llena de lujuria, salvaje y deliciosa como a él le gustaba, con alguien con quien no tendría piedad pues sabía que era tan fuerte como él.
   – Amaury, las llaves... - Siseó su amigo llamándole la atención. - Y ni se te ocurra morderla. - Lo avisó.
        Palpando sus pantalones, buscó las llaves de su apartamento sin mucho resultado. Quizás estaban en su chaqueta, o en otra parte pero, ahora mismo, lo único que tenía en su mente era ese pezón que se había endurecido en su boca y con el que jugueteaba su lengua y los colmillos, amenazándolo con morderle en ese lugar.
   – Maldita sea... - Blasfemó dejando el pecho para tocarse por todo el cuerpo buscando las llaves.
   – ¿Tiro la puerta? - Propuso Ricky.
   – Ni lo sueñes, tío, que después me toca levantarme a arreglarla y no me apetecerá nada. Finalmente consiguió dar con ellas y metió la que correspondía en la cerradura para abrir la puerta. Cedió el paso tanto a la stripper como a su amigo y cerró de nuevo, con llave, dejándola en la misma puesta. Se dio la vuelta para encontrarse que Ricky había apresado a la chica contra la pared y era él el que ahora tenía el pezón en su boca mientras que, con la mano, le masajeaba el otro pecho, su dedo pulgar y corazón apretando el pezón y tirando suavemente de él.
   – Cabrón... - Gruñó Amaury. Se deshizo de toda su ropa mientras escuchaba las risas de los otros dos vampiros, hasta que la stripper vio la herramienta con la que tendría que lidiar durante varias horas, y se quedó muda.
   – Parece que no has visto una así. - Dijo Ricky apartándose de ella para hacer lo mismo que Amaury desnudándose delante de ella, como si los strippers fueran ellos y no la que ahora tenía más ropa de la habitación. Ahogó una exclamación cuando vio a éste desnudo delante de ella como Amaury, los dos con los brazos cruzados, mientras otra parte de su cuerpo estaba bastante excitada y... “elevada”.
   – ¿No te parece que ahora deberías deleitarnos tú con lo que sabes hacer? - Sugirió Amaury mirándola de una forma que la hacía calentarse hasta más no poder. Lentamente, moviéndose en una cadencia rítmica, fue despojándose de la poca ropa que llevaba del uniforme de enfermera hasta que solo le quedó el fino tanga que llevaba. Cuando estaba a punto de quitárselo, las manos de Ricky la detuvieron.
   – Eso es cosa mía. - Le aclaró. Miró hacia atrás. - ¿Arriba o abajo?
   – Arriba. - Contestó Amaury. - Tengo un asunto pendiente con esos dos globos.
        La chica entrecerró el ceño, más cuando vio que Ricky se agachaba obligándola a abrir las piernas y Amaury avanzaba hacia ella cogiéndole de las muñecas y levantándole los brazos para fijarlos en la pared. Sintió la respiración de Amaury sobre su pecho y no pudo evitar gemir de placer al tiempo que la brisa que salía de la boca de Ricky la acariciaba entre las piernas en ese lugar que empezaba a humedecerse con rapidez.
   – Siempre tan predispuesta, preciosa... - Murmuró Ricky pasando un dedo sobre el tanga y viendo cómo éste se empapaba de los jugos de ella. Se removió hasta que notó la boca presionándole en los pechos. Si se movía más era capaz de morderla. El gruñido de advertencia de él le dejó claro que lo haría. Los dedos de él se movían con habilidad sobre su pecho libre sin que sintiera celos del otro que, en esos momentos, estaba atrapado por una lengua juguetona que lo presionaba y lamía moviéndolo de un lado a otro.
        Volvió a ser consciente del dedo de Ricky acariciándola sobre el tanga, esta vez con más presión, quedándose unos segundos más encima de su clítoris, que empezaba a hincharse y a necesitar ese toque. Su propio cuerpo empezaba a incendiarse y a necesitar que esos dos hombres hicieran algo más que solo tocarla de ese modo.
   – Vamos, sementales... - Tentó ella. - Dadme lo que quiero... Ambos se apartaron y rieron contemplando cómo se contorsionaba para incitarles, aunque poco más iba a conseguir en el estado que estaban ya. Ricky miró a Amaury y señaló con la cabeza el salón donde podía verse un sofá grande. Éste asintió con una sonrisa traviesa.
   – Ven aquí, preciosa, vamos a ocuparnos bien de ti y tú de nosotros. Con solo los tacones, se dejó conducir hasta entrar en un salón donde reinaba un sofá grande y una televisión más grande aún. Algunos muebles dispersos eran toda la decoración que completaba el lugar.
        Lejos de tumbarla en el sofá, la detuvo por detrás de éste empujándola para que se echara sobre el espaldar de modo que quedaba inclinada exponiendo su trasero mientras su vientre y pechos se presionaban sobre el colchón. Alguien le acarició las nalgas propinándole algunos azotes que sacaron de ella gemidos de placer y más humedad de su interior. Otra mano le alzó la cabeza para encontrarse, frente a frente, con uno de los penes de sus compañeros de juegos.
   – Ya sabes qué hacer con él. - Le dijo Amaury. - A ver de lo que eres capaz. Al no poder usar las manos, ocupadas en sostenerse sobre el sofá para no forzar el cuerpo, su lengua salió para lamer la punta del miembro que se presentaba delante de ella. Fue haciendo círculos sobre el glande y, conforme avanzaba, su boca iba tragándose se pene que la obligaba a abrir lo más posible para albergarlo. Sin embargo, no tuvo demasiado tiempo para acostumbrarse a él cuando Amaury empujó con fuerza para meterse dentro de ella. Sus caderas se movían con rapidez follándola en su boca, apenas con tiempo para hacer nada más, un simple receptáculo en esos momentos.
        Empezó a notar que algo ocurría también en su trasero. Las manos de Ricky habían estado azotándola y ahora, la caricia que le daba, más que calmarla le hacía querer moverse para apartarse. Sin resultado. Ricky cogió el tanga tirando de él para que presionara sobre su clítoris y siguió haciéndolo con fuerza hasta que la tela cedió y se rompió ante la sorpresa de la chica. Ahora, expuesta por completo, el aire fresco casi le hizo tener un orgasmo. El peso de él sobre su espalda y el beso que le dejó en la nuca le hizo apretar las piernas.
   – Aún no, ricura, todavía no estamos dentro para que puedas hacer algo así. - Sabía que el pene de él, caliente y húmedo, estaba en sus nalgas y quería que lo introdujera dentro donde ya las contracciones eran dolorosas. Gimió intentando llamarle la atención mientras se sostenía con una mano para, con la otra, acariciarle la cadera a él, empujándole hacia ella. - ¿Lo quieres? - Intentó asentir.
   – No seas malo, dáselo, está hambrienta ahí abajo, y ya la estoy alimentando aquí. - Intervino Amaury.
        Se apartó un poco para coger su pene y llevarlo hasta la entrada de su vagina, sin meterlo, no, hasta que las manos de él estuvieron en la cintura de ella y se ayudó de ese agarre para empujar con fuerza derribando cualquier barrera que pudiera haber. El grito oculto por el pene de Amaury silenció lo que iba a decir pero sus propios colmillos se extendieron provocando con la fricción al vampiro que tenía en su boca. Al contrario de lo que ella hubiera pensado, Amaury siguió penetrándola en la boca a un ritmo acompasado con su compañero que la penetraba por detrás, su cuerpo temblando ante dos ejemplares que iban a partirla en dos como siguiera así. Su boca tenía ya el sabor de él y cada vez había más presemen proveniente de su interior. Mientras, los ruiditos que hacía su cuerpo al entrar y salir el pene de Ricky, la iban poniendo más y más.
   – Ya casi llego... - Le avisó Amaury sin demasiado tiempo para prepararse para la oleada de semen que le quemó la garganta y que tuvo que tragar con rapidez. Parecía que su pene se había hinchado el doble y que su boca no se cerraría después de eso. Lo sacó satisfecho por el resultado pero, y pudo comprobarlo con sus ojos y mano, todavía duro como una piedra. Ricky le levantó una pierna hasta que la sostuvo con su antebrazo girándola para tenerla frente a frente mientras volvía a penetrarla.
   – Hola preciosa. - Le dijo antes de besarla y presionar sus pechos sobre su torso para sentir esas dos perlas duras en su cuerpo. - ¿Preparada para un doble?
        No tuvo demasiado tiempo para responder cuando notó el pene que, segundos antes, había estado en su boca, buscando su lugar en el ano, presionando y empujando para entrar, con varios embistes, hasta que estuvo bien profundo en ella. Se puso de puntillas con la pierna que le quedaba aunque sospechaba que ya no se sostenía por si sola sino que eran ellos quienes lo hacían, así como llevar el ritmo. Cuando uno salía, el otro entraba, de manera precisa, nunca vacía de ningún modo. Estaba a punto de venirse e iba a ser un momento único que no había experimentado en todos sus años de vampira.
        Las respiraciones de los tres se iban compaginando, todos ellos llegando a su límite para alcanzar el orgasmo que habían creado juntos. Fue entonces cuando ellos cambiaron el ritmo y, en lugar de penetrarla uno a uno, lo hicieron al unísono, llenándola en sus dos agujeros. Una vez. Otra. Otra más. Cada vez eran más bruscos y la penetración más profunda. La mano de Ricky la obligó a acercarse y besarla mientras Amaury la besaba en el cuello antes de morderla y beber de su sangre, lo que provocó su propio orgasmo al que siguieron el de ellos, ambos llenándola de su semen, éste cayendo al suelo. Su cuerpo se convulsionaba mientras un segundo orgasmo la atravesaba y podía sentir los temblores de los penes de ellos.
   – Sencillamente deliciosa. - Susurró Amaury relamiéndose los labios y colmillos.
   – ¿Lista para un segundo round? - Propuso Ricky saliendo de ella, igual que Amaury, y cogiéndola en brazos para llevarla a la cama. - Esta noche va a ser memorable, preciosa.


Si quieres leer más sobre está obra:
La Mortal Amada de Samson: Vampiros de Scanguards Series, Book 1 (Vampiros de Scanguards #1)
Este relato ha sido escrito por Encarni Arcoya
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